¿Es verdad que ya no podemos decir nada? | Sobre la cultura de la cancelación
Es común escuchar a gente decir que "ya no podemos decir nada", pero ¿a qué se refieren con eso?
Hablando con algunas personas, muchas veces escuchamos la frase “hoy en día ya no se puede decir nada”. Esta queja no es poco común ni es exclusiva de este siglo, al contrario, continúa una larga tradición de quejas generacionales sobre la juventud y sus “sensibilidades”. Por ejemplo, en este breve y simpático hilo de Twitter, Paul Fairie comparte algunos ejemplos de textos que incluyen alguna variante de “Kids Today Are Too Soft” (los niños son demasiado sensibles), que han sido publicados a lo largo del siglo XX.
Pareciera que, independientemente de la generación a la que pertenecemos, al llegar a cierta edad, se nos olvida lo molesto que nos era cuando los adultos mayores se quejaban de cómo hablábamos y cómo pensábamos, y decidimos repetir el patrón. Vemos las frases, “los jóvenes de hoy en día son demasiado sensibles”, “todo les ofende”, “ya no se puede decir nada”, leemos textos sobre una supuesta “generación mazapán” o “generación cristal” que incluyen las clásicas comparaciones con la experiencia propia. Las y los autores hablan de un pasado idealizado, donde niños y niñas rondaban libremente por las calles sin miedo a una muerte temprana, donde comían pastelitos azucarados sin preocuparse por la diabetes que les esperaba, y donde cosas como el sexismo, el racismo y otros -ismos similares no eran más que bromas inofensivas. Los complejos de inferioridad, las inseguridades y los traumas resultantes en general son ignorados en favor de una imagen de “carácter fuerte”.
Sobra mencionar que esta ficción es creada una y otra vez en un intento de ocultar nuestra inhabilidad para reflexionar y cuestionar nuestras actitudes e ideologías. Tratamos de convencer a otros de que nuestra hiperreactividad ante la más mínima crítica o cuestionamiento a “lo que siempre ha sido así” es natural y legítima. A veces, incluso tratamos de disfrazarla de intelectualismo, estableciendo paralelismos con un pasado histórico igualmente idealizado y terminamos diciendo cosas sin ninguna base científica o lógica. (Por ahí leí un texto quejándose de la generación mazapán y haciendo una comparación con la extinción de los neandertales). Y aunque estas ideas y actitudes no son nuevas, es necesario reconocer que se han visto impactadas por la velocidad y el alcance del internet.
Entre lo que sí es nuevo, se encuentra el vocabulario que utilizamos, especialmente en la era del internet. Además de las viejas conocidas, como la corrección política, la sensibilidad o fragilidad de la juventud (lo cual también hace que sea extraño ver a gente joven usándolas), ahora también hablamos de “wokeísmo” y de una supuesta “cultura de cancelación”, ambas derivadas del inglés “woke” y “cancel culture”, y utilizamos esos nuevos términos con la seguridad de alguien a quien no le importa no saber de lo que está hablando.
Eso sí, ambas expresiones resultan útiles por distintas razones. Por un lado, quien las está utilizando de forma seria, le está diciendo a personas con ideas afines que comparte su entusiasmo por la terminología hueca y su desdén por los cambios sociales. Por otro lado, le permite ver a los demás que lo que están diciendo no es serio y que una discusión de buena fe sería inútil y, posiblemente, frustrante.
¿Por qué digo esto? Porque, en la mente de quienes las usan, todo puede ser woke y las críticas más tibias pueden ser interpretadas, no como un debate sano, sino como señal de una cancelación. Esto les permite cerrarse a un intercambio de ideas y aferrarse a la idea de que su postura es siempre la correcta, aunque este no sea el caso.
¿Pero qué significan?
Los términos en sí no son huecos, tiene un significado y un contexto sociocultural en el que fue creada, pero los fue perdiendo conforme fue incorporándose al vocabulario global. El origen no tan secreto de ambas expresiones se encuentra, como tantos fenómenos culturales contemporáneos occidentales, en la cultura afroestadounidense y en el inglés afroestadounidense vernáculo.
“Woke” nació a partir de la expresión “stay woke”, la cual era utilizada por personas afroestadounidenses para animar a otros a “despertar” o a “mantenerse despiertos” a las injusticias y especialmente la violencia policiaca en contra de sus comunidades. “Cancel”, por su parte, comenzó a ser utilizado allá por la década de 1980 en la comunidad hip-hop, pero se popularizó más en la segunda mitad de la década pasada entre la comunidad afroestadounidense de usuarios de Twitter, también llamada Black Twitter. En Black Twitter, cuando alguien hablaba de “cancelar” a una persona, se refería a la decisión personal de dejar de consumir el arte o contenido de alguien por alguna conducta considerada inaceptable y la expresión podía ser usada de forma seria o en broma.
Sin embargo, el internet es el internet, y pronto ambas expresiones salieron de la comunidad en las que fueron creadas. Comenzaron a ser utilizadas por más usuarios y posteriormente fueron secuestradas por ciertos grupos e individuos, sobre todo de derecha y extrema derecha. Así “woke” dejó de ser usada por un grupo vulnerado para alertar de la violencia que estaban viviendo, y se volvió un término hueco para describir cualquier persona, actitud o atributo que no se conforme a una cosmovisión conservadora o reaccionaria. “Cancel” dejó de ser una forma de expresar una decisión personal y se volvió el término favorito para describir la terrible situación de ser criticado cuando uno dice algo que merece crítica. El más mínimo comentario es razón suficiente para poder declararse “víctima de la cultura de la cancelación” y de la “censura woke”. El resultado es que actualmente vemos a personas tanto privadas como públicas declarando que “gracias a la cultura de la cancelación y a los wokes, ya no se puede decir nada,” y lo declaran en las redes, en los periódicos, en la televisión y en auditorios llenos.
Un ejemplo citado comúnmente de alguien que ha sido víctima de la cultura de la cancelación es J.K. Rowling, autora de la popular serie de fantasía Harry Potter, quien luego de hacer repetidos comentarios transfóbicos, apoyar a grupos anti-trans, y expresar otras opiniones poco agradables públicamente, fue “cancelada” por usuarios en las redes. La cancelación se dio en una serie de posts y comentarios criticando su postura transfóbica y, en varios casos, acompañados de insultos. Y, aunque yo estoy de acuerdo en que la ola de acusaciones e insultos facilitada por la anonimidad del internet puede ser, en el mejor de los casos abrumadora y en el peor, muy violenta, necesitamos tomar en cuentá quién es y qué alcance tiene J.K. Rowling. Al ser una de las mujeres más ricas del mundo, ella es una persona de mucho poder e influencia, pero ha decidido utilizar ese poder para atacar a uno de los grupos más vulnerados de la sociedad.
Cuando personas con audiencias tan grandes y con la capacidad de influir en las actitudes y decisiones que impactan la vida y las condiciones materiales de la gente son criticadas por su conducta o actitudes, ¿podemos hablar realmente de una cancelación? ¿Es acertado decir que las están silenciando?
La supuesta cancelación de Rowling se dio a mediados del 2020 y desde entonces Rowling ha publicado artículos, libros, ensayos, ha dado entrevistas, aparecido en eventos públicos y recibido premios, se han estrenado una película y un videojuego basados en su material, y se estima que su patrimonio neto es de mil millones de dólares. Lo que es más, el polémico ensayo en el que defendía su postura transfóbica fue la razón por la cual fue nominada al y ganadora del Premio Russel 2020.
Nada de esto ha evitado que ella, hablando de las reacciones y las críticas, haya comentado que la cancelación es “el lenguaje de la dictadura” (aunque ha sido cuidadosa en no decir que ella está cancelada, de la misma forma que ha sido cuidadosa en cómo expresa su transfobia). También ha dicho que los numerosos intentos de silenciarla son una advertencia a todas las mujeres.
Pero Rowling no es la única persona en hacer este tipo de comentarios, otras figuras públicas utilizan una retórica similar o incluso más directa. Jordan Peterson, quien en algunas ocasiones efectivamente ha sido suspendido de algunas redes por violar los términos y condiciones, regularmente acompaña sus opiniones personales de advertencias sobre la cultura de cancelación y la “tiranía woke” que lo quiere silenciar. Se lo advierte a su audiencia de millones de personas a nivel internacional en las redes sociales, en YouTube, en las conferencias y entrevistas que regularmente da, y en otros eventos públicos. El comediante Dave Chapelle fue “cancelado” hace un par de años y desde entonces ha estrenado un especial de comedia en Netflix, ha sido invitado a otros shows de comedia y ha recibido atención mediática gracias a su “lucha contra la cancelación”.
En el mundo hispanohablante, Mario Vargas Llosa afirmó que la cultura de la cancelación es una “dictadura del pensamiento único” que “amenaza la libertad e impide el intercambio de ideas” y lo dijo durante la inauguración de la V Bienal Mario Vargas Llosa, la cual invita a creadores e intelectuales de Latinoamérica y España a participar en un intercambio de ideas durante tres días. La de este año se celebró en Guadalajara, México.
“Ya no se puede decir nada”, le dicen las figuras públicas a sus audiencias por todos los medios que tienen a su disposición, pero tampoco son fundamentalmente diferentes de aquél tío que publica todas sus quejas y memes en el Facebook o de la tía que las comenta en las reuniones familiares y en los grupos de WhatsApp. La audiencia es más pequeña, pero al final están diciendo lo que quieren por los medios que tienen a la mano.
Entonces, yo me pregunto por qué seguiremos entreteniendo esas ideas de que “ya no se puede decir nada” cuando en realidad cada quien sigue diciendo lo que se le da la gana, organizando y participando en los eventos que les placen y generando ingresos de sus participaciones. ¿Será que en realidad lo que no les parece es que otras personas no les dén la razón todo el tiempo? ¿O que sus voces y sus opiniones ya no son las únicas siendo escuchadas?
Si pudiera cambiar algo de la forma en la que abordamos estos temas, quitaría la idea falsa de que “ya no se puede decir nada”, ya que, contrario a lo que esta expresa, actualmente estamos viviendo en una época donde hay una multitud de ideas y opiniones. El acceso a la información y la popularidad de las redes, significan que ahora podemos escuchar voces de personas a las que jamás habríamos estado expuestas en otra época, y estamos siendo confrontados con la realidad de que nuestras perspectivas no son las únicas. Lo que es más, estamos siendo confrontados con la realidad de que muchas de nuestras ideologías son dañinas para con otras personas y de que algunas de nuestras actitudes sirven para reforzar sistemas y estructuras intrínsecamente injustas. Y no nos gusta saberlo.
Concuerdo con quienes afirman que muchas veces la reacción puede ser un tanto extrema. Efectivamente hay personas que pareciera que se ofenden de todo, pero es entonces cuando pienso en el comediante Bo Burnham, quien ha dicho en varias ocasiones que estas son “sobrecorrecciones a problemas serios” y reconoce que, aunque las críticas a veces sean más extremas, son muestra de un cambio importante y necesario en la mentalidad de la gente. Sucede que todavía estamos aprendiendo a calibrar las ideas y, gracias al internet, lo estamos haciendo de manera pública. Eso no significa que las personas estén verdaderamente viviendo una censura “woke” en su día a día.
También es necesario considerar cómo los medios y las redes, al final del día, obedecen al capital. Dentro del sistema capitalista, la meta principal de todas estas plataformas no es ayudar a las personas a aprender y a intercambiar ideas, sino producir la mayor riqueza posible y esto se logra con clics. El escándalo, la polémica y las reacciones furiosas atraen vistas y generan clics, los clics significan interacciones y las interacciones generan dinero. Si lo que más vemos en internet son comentarios exagerados y artículos extremos, es porque las plataformas están funcionando conforme a su diseño.
De igual forma, si parece que estas nuevas generaciones están “yéndose a los extremos” en sus correcciones, es porque reconocen la disfunción y las tremendas injusticias de los sistemas establecidos y están buscando cómo resolverlos con los recursos que tienen a la mano. Pero no por eso debemos perder la perspectiva, ni permitir que ciertos individuos o grupos acaparen la conversación con sus ideas falsas de una supuesta censura por parte de “la izquierda woke” y “la generación mazapán”.
La realidad material es que el poder sigue estando del lado de las estructuras que están siendo meramente cuestionadas y el posicionarse dentro de ellas y reproducirlas sigue significando cierta seguridad en el sistema. El resultado es que quienes afirman que “ya no se puede decir nada” en realidad están diciendo que no les gusta recibir críticas o ser cuestionados por su discurso apolillado, pero al final del día, siguen diciendo lo que quieren.